jueves, 30 de abril de 2009

PIEZA DEL MES DE MAYO

Juan de Ávila orando ante el Crucificado Retrato calcográfico 21 x 16 cm Martín Drosivood En Vida y virtudes del venerable … P. Maestro Ivan de Ávila… Por el Licenciado Luys Muñoz. En Madrid, en la Imprenta Real, 1635. Monasterio de Santa María del Valle, Zafra
Al pie: El V[enerable] P[adre] el M[aestro] IVAN DE ÁVILA Predicador Apostolico Varon/ de Vida y Virtudes Evangelicas, de singular santidad. Murio en/ Montilla a 10 de Maio año de 1569 a los 69 de su edad./ M[a]Rtin DRosivood sculpsit.
El Padre maestro Juan de Ávila, el llamado Apóstol de Andalucía, encarna la inquieta vida espiritual del Quinientos, como uno de los grandes reformadores de la iglesia. La primera vez que estuvo en Zafra fue en 1546. Venía, desde Montilla, a requerimiento de los condes de Feria para atender espiritualmente a la condesa que aguardaba inquieta su primer parto. Mas sus sermones cuaresmales, en las que abogaba por castigar la carne para alcanzar la perfección del alma, influyeron hondamente en los condes, que moderaron su aparato, y en el pueblo que en masa acudía a escucharle: su verbo místico y llano dirigido a los más sencillos y humildes, arrebataba las almas y las encendía de amor a Cristo. Su estancia dejó huella en un nutrido grupo de zafrenses, que se alegraron cuando tres años después volviese, acompañado ahora por fray Luis de Granada, para impartir veinticuatro lecciones sobre la Primera Canónica de san Juan en la iglesia de las dominicas de Santa Catalina de Siena entre otras actividades. Al inicio de su biografía, publicada en 1635 por Luis Muñoz -el más importante y prolífico hagiógrafo del barroco español-, aparece este retrato inspirado en el lienzo que colgaba sobre su tumba en Montilla: una imagen no tenida por muy fiel, ya que Ávila en su humildad nunca permitió ser retratado. El del libro es una estampa devota, conveniente al tipo de obra en la que aparece, que refleja bien su ideal ascético cimentado en la oración continua y en la meditación ante la cruz. Un retrato literario del santo, nos lo ofrece su discípulo fray Luis cuando escribe que en la «gravedad» de su semblante se advertían, además, «humildad, mansedumbre y blandura natural».
Juan Carlos Rubio Masa

domingo, 5 de abril de 2009

PIEZA INVITADA

Cruz de Guía

Madera tallada en su color con detalles dorados

2,21 x 1,27 x 12 cm

Segunda mitad del siglo XVII

Hermandad del Silencio, Zafra

 

Flanqueada por faroles, encabeza en la Madrugá de Zafra la salida procesional de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús de los Desamparados y María Santísima del Mayor Dolor. Un lúgubre cortejo en el que tan solo los golpes de las varas de los fiscales y de la maza del paso del Cristo, con los que se reinicia la andadura, rompen el silencio, por el que se conoce popularmente a la cofradía y a su estación de penitencia.

La cofradía de nazarenos fundada en 1946, en torno a una talla de Cristo crucificado, vino a completar las escenas de pasión de la Semana Santa zafrense. En sus reglas, como seña de identidad, se adoptó el silencio: querían evocar el carisma de los Carmelitas Descalzos que, por entonces, regentaban la iglesia de Santa Marina.

La Cruz de Guía, que exponemos, fue donada a la hermandad por las dominicas del extinto convento de Santa Catalina.

JCRM

miércoles, 1 de abril de 2009

PIEZA DEL MES DE ABRIL

Cristo escarnecido

Terracota policromada

24 x 14 x 12 cm

Siglo XVII

Monasterio de Santa María del Valle, Zafra

Hacia 1580, san Juan de la Cruz notaba que la imagen religiosa tenía como fin «mover la voluntad y despertar la devoción» de los creyentes y por modelos escogía «las que más al propio y vivo están sacadas», al margen del «valor y curiosidad de la hechura y su ornato». Palabras ajustadas a la doctrina conciliar, aprobada años antes en Trento, que halla en la imaginería un recurso para conmover a los fieles, aleccionarlos en los principios de la fe y, de paso, contrarrestar la iconoclastia de los reformadores protestantes.

Aunque no eran novedosas, las imágenes vestideras adquieren a partir de entonces una enorme popularidad por su potencial dramático y su adaptabilidad a los ciclos litúrgicos. Pero, también, por su menor peso, aliviando algo su carga en los cortejos procesionales: funciones litúrgicas externas consideradas muy convenientes para la piedad popular dado su alto poder de sugestión.  

Para componer una de esas imágenes se modeló en barro, luego cocido y policromado, la mascarilla que exponemos: un rostro de Cristo patético y sanguinolento, que eleva su mirada y entreabre suplicante su boca. La pieza se insertaba en un vástago de madera, al que se ataba con cuerdas pasadas por los agujeros que se advierten. Ensambladas y articuladas llevaría las extremidades y un juego de costales rellenos o almohadillas le darían forma humanizada. Telas, pelucas y otros aditamentos lograrían, al fin, verismo.

La imagen de Cristo escarnecido así formada se utilizaba en evocaciones del ciclo pasional: la Coronación de espinas, el Ecce Homo o el popular Nazareno con la cruz a cuestas camino del Calvario. Tan solo bastaba con mudar de postura, ropajes y atributos a la figura para alcanzar el objetivo iconográfico deseado.

Juan Carlos Rubio Masa