viernes, 4 de septiembre de 2009

PIEZA DEL MES DE SEPTIEMBRE

Lignum Crucis Plata dorada, cristal, papel y madera 36,5 x 14 x 2 cm Siglo XVIII Monasterio de Santa María del Valle, Zafra Desde el siglo IV, en el que se data la invención de la Santa Cruz por Santa Elena, la cristiandad ha considerado un privilegio poseer siquiera una astilla del madero en que Cristo fuese crucificado. Criticado el uso, comercio y veracidad de las reliquias por Erasmo y los reformadores, el concilio tridentino arropó su veneración y culto. De ahí que los duques de Feria, como fervientes católicos, llegaran a poseer una importante colección, que depositarían en la capilla de las Reliquias del convento de Santa Clara. Hasta tres Lignum Crucis, relicarios que contenían trozos del leño de la cruz, encargaron con el fin de albergar otras tantas fracciones, que por sus influencias iban consiguiendo: Uno, de plata y ébano, vino dentro de la remesa de reliquias que enviaron en 1603. Otro, que guardaba en su capilla privada la duquesa Jane Dormer, de oro, cristal de roca, perlas y piedras preciosas, llegó tras su deceso en 1612. Ambos pueden, hoy, contemplarse en la sala dedicada a la Piedad Nobiliaria del Museo. Pero hubo un tercero, espléndido a juzgar por las descripciones que del mismo se conservan, que fabricaban en oro dos artistas italianos y aún en 1634 no estaba terminado.El que exponemos perteneció al monasterio franciscano de San Benito y llegó a Santa Clara tras la desamortización. Las dos astillas, que quizá se salvasen de la destrucción del monasterio durante la guerra de la Independencia, se muestran pegadas a una cruz y dentro de una teca oval, en un relicario de sol realizado con piezas de plata dieciochescas, reaprovechadas y claveteadas burdamente a un alma de madera ya en el siglo siguiente.
Juan Carlos Rubio Masa

PIEZA DEL MES DE AGOSTO

Azulejo de censo Loza pintada y vidriada 13,5 x 13,5 cm Taller de Talavera de la Reina. Serie Azul Mediados del siglo XVIII Monasterio de Santa María del Valle, Zafra Inscripción: «15 / S[an]TA CLA[r]A DE ZAFRA» Los conventos, como otras instituciones religiosas del Antiguo Régimen, para señalar sus inmuebles colocaban junto a la puerta un azulejo que indicaba la titularidad y el número de registro en el Libro Becerro o de Hacienda. Esta pieza, fabricada en un taller talaverano de mediados del Setecientos, muestra sobre fondo blanco estannífero todo un conjunto ideológico en varios tonos de azul cobalto. El centro lo ocupa un escudo, ornado con roleos vegetales y corona real abierta, que trae dos de los símbolos más usuales del franciscanismo: los brazos cruzados con una cruz en medio y las cinco llagas. Se acompaña del número 15 y del apelativo popular del monasterio para marcar autoridad. A poco de morir san Francisco comenzó a difundirse entre sus seguidores la idea de la conformidad de su vida con la de Cristo. Dos años antes, en 1224, el santo había tenido una visión en la que de las cinco llagas del Crucificado, con apariencia de serafín alado, partían rayos de luz que estigmatizaron su cuerpo. Un suceso que marcará la imaginería franciscana y la emblemática de los Hermanos menores. Pero la empatía simbólica de Francisco con Cristo donde mejor se manifiesta es en la alegoría de los brazos cruzados y alzados ante la cruz. Algunos ejemplares llegan a mostrar, incluso, las manos clavadas en el travesaño, como si de dos crucificados se tratase. Algunas veces, la cruz tiene forma de Tau, última letra del abecedario griego, que fue adoptada por el santo como imagen de su vocación: la humildad y la pobreza que animaban su renovada espiritualidad.
Juan Carlos Rubio Masa