sábado, 15 de febrero de 2014


EXPOSICIÓN TEMPORAL



La festividad religiosa de la Semana Santa zafrense hunde sus raíces en las postrimerías de la Edad Media. Parte consustancial de la misma han sido y son las cofradías, como testimonia la Hermandad y Cofradía del Milagroso Cristo de la Humildad y Paciencia y María Santísima de la Salud.

Surgida en el último tercio del siglo XVII, desde sus inicios ha estado íntimamente unida a uno de los espacios más simbólicos y atractivos de la ciudad, la Puerta de Jerez. En esta se erige por aquellos años una capilla que alberga, en un principio, a la Virgen de la Caridad y, desde 1712, al Cristo de la Humildad y Paciencia. 

Diversos han sido los avatares por los que ha transitado la cofradía, hasta que en 1925 tiene lugar su última refundación. Desde este momento su fortaleza ha sido incuestionable, fruto de la devoción que los numerosos cofrades sienten por la imagen del Cristo y gracias a la labor por ellos desarrollada, que han sabido sortear cuantas dificultades han surgido.

El Miércoles Santo es el día de mayor significado, al ser la cofradía la protagonista del desfile procesional que transita por las calles más emblemáticas de la ciudad. La belleza y plasticidad del mismo ha acabado por convertirlo en un revulsivo para la Semana de Pasión de Zafra, que cada año atrae a más asistentes que se agolpan expectantes, muy especialmente en el Encuentro.

Para conocer un poco mejor ese universo y su significado se ha organizado esta exposición. En ella se muestran enseres, vestimentas, impresos y fotografías cuyo valor viene determinado por el fervor religioso que las impregna, que no es otro que el que hombres y mujeres sienten por el ideal que encarnan las imágenes titulares de su hermandad.   




300 años de Humildad y Paciencia
Del 18 de febrero al 23 de marzo de 2014

Galería alta


sábado, 1 de febrero de 2014

PIEZA DEL MES - FEBRERO 2014





El clero de los primeros siglos, para celebrar y administrar los sacramentos u otros actos cultuales, usaba la indumentaria propia  de la época, que en nada difería de la de los seglares.


Con el tiempo, ciertas prendas paralizaron su evolución y ya anquilosadas, hacia el siglo IX, se mudan en vestiduras litúrgicas y comienza a normalizarse la forma y uso que, con escasas variantes, nos ha llegado.


Entre todas, se distingue la casulla como la propiamente presbiteral, es «la última vestidura que se pone el Sacerdote sobre todas las otras, con que se adorna y viste para celebrar el Santo Sacrificio de la Missa» (Dic. Aut., 1729).


En la Antigüedad, se usó, primero, en los viajes para protegerse de los rigores atmosféricos y, a partir del siglo III, como vestidura ordinaria a manera de sobretodo. Originalmente eran circulares y holgadas, con una abertura central para pasar la cabeza y con capucha; pero, desde el siglo XII, «por ser mui embarazosas» se fueron recortando hasta adquirir la «forma de un capotillo, partido en dos mitades, y abierto por los lados». 


La casulla expuesta forma parte de un terno verde, pues se acompaña de dos dalmáticas para los diáconos. Hecha en tela de damasco con motivos circulares tangentes y roleos vegetales estilizados, se rodea de un corto fleco verde y amarillo. 


En el centro de las dos caídas lleva una cenefa de seda roja, con un bordado de aplicación formando motivos vegetales estilizados, dispuestos a candelieri, en seda amarilla y matices en blanca y verde. En el frontal lleva la inscripción «XP̅S» y, en el espaldar, «DN̅S» y «NTSR» o  Christus Dominus Noster, que alude al yugo del Señor que acepta el sacerdote al vestirla.