martes, 1 de julio de 2014

PIEZA DEL MES DE JULIO-AGOSTO 2014








































Entre los cristianos aún se mantiene viva una vieja disputa por el uso de la figuración o de la orfebrería en las iglesias y la liturgia.

San Bernardo, hacia 1120, se escandalizaba de cómo los hombres corren a besar las reliquias e imágenes de santos cuanto más hermosas se muestran y denunciaba que «más se admira la belleza, que se venera la santidad».


A mediados de aquel siglo, el abad Suger de Saint Denis argumentaba lo contrario y confesaba que «todo objeto de gran valor debería servir por encima de todo para la administración de la Sagrada Eucaristía». Porque desde el brillo de lo material, por anagogía, podía el alma alcanzar lo inmaterial, elevarse a la contemplación de la luz divina. 


En el siglo XVI, el concilio de Trento, frente a la postura protestante de simplicidad ornamental y de consideración de la Eucaristía como un gesto conmemorativo, definió el uso doctrinal de las imágenes y a las iglesias como casa de Dios, en la que Cristo está presente a través del Santísimo Sacramento, que debía guardarse en un tabernáculo o sagrario a la vista de los fieles.


En la iglesia del convento de Santa Clara se acomoda el sagrario al comedio de las predelas de los retablos mayor y ducal. Pero, como eran de madera, aunque dorada, se encargaron para su interior unos templetes de plata, que acogieran con más decoro el copón con el Santísimo.


El que exponemos, aunque carece de marcas, por su ornamentación y el uso de tachones de cristales de colores puede ser atribuido a Alonso Rangel Caballero, el maestro platero más afamado de Zafra en el primer tercio del siglo XVIII.